Salgo a la calle a caminar para ver si consigo algo que me anime un poco, pero apenas al abrir la puerta del edificio veo a 4 indigentes buscando comida en las bolsas de basura y uno le dice al otro "Vamos al otro edificio, que en este no botan comida". En la esquina no veo a los tradicionales buhoneros que vendían "trikitrakis" a los carajitos de la cuadra, que antes se divertían mucho arriesgando sus dedos con la pólvora, pero este año no hay nada de eso.
Veo un bululú en la esquina y apenas logré ver a una señora portuguesa con una bolsa, que le repartía comida a un grupo de personas, pero que no duró ni un minuto en regalarla toda. En pocos momentos la calle volvió a quedar desolada. Una patrulla de la policía pasa a toda velocidad, y con las sirenas sonando para hacer que nuestros nervios se disparen aún más.
Luego se pierde en la avenida y ya sólo se oye de lejos como disparan 10 veces. Ya nadie mira hacia atrás para ver qué sucedió, debido a que es algo demasiado común.
Mientras más busco ver las decoraciones de navidad en las calles, no las consigo. Apenas veo la cara del putrefacto Chavez y la del endemoniado Maduro, pegadas por todos lados. Una señora tiene la ventana de su casa abierta y se puede ver el pesebre y un pequeño arbolito que seguramente fue comprado en los años 80. Al lado, una bandeja en el piso con un letrero para que la gente le lance algo de dinero.
Vuelvo a la casa y me encierro en mi cuarto, ya que las cosas que vi afuera me han deprimido más. Me llama un primo que se ha ido a vivir a Perú y me dice que tiene mucha pena de mi ya que sabe que no la estoy pasando tan bien como él, y me cuenta además que otro de mis amigos se ha ido esta misma semana a vivir también a Perú, en donde la venta de arepas está siendo todo un éxito.
Más tarde me llama mi cuñada desde Londres, y me dice que hoy trabajará 16 horas, bajo el inclemente frió, pero que en su casa no le falta absolutamente nada, e incluso ha conseguido hallacas en esa ciudad. Yo apenas probé una, hace como dos semanas, que mi vecina me la regaló para probarla, pero la verdad es que sabía muy mal porque le faltaban muchos ingredientes.
Me acuesto en la cama, cierro los ojos y lloro a solas, pensando en una salida, en vender todo lo que pueda, e irme el próximo mes de febrero, a probar suerte en otro país. No tengo nada que perder más que a mis familiares que aún viven aquí, pero que en realidad solo aparecen en mi casa cuando necesitan pedirme dinero o algún favor. El próximo año seguramente les enviaré una carta, diciéndole lo bien que me ha ido en algún país del mundo, escuchando gaitas y comiendo alimentos verdaderos y no la basura que este régimen nos lanza para que vivamos como animales, aunque seamos ricos.
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