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Muchos venezolanos refugiados ya trabajan en las oficinas del Metro de Chile

María Alejandra Alcalá es venezolana. Llegó a Chile en octubre de 2017 y ese mismo año fue contratada en el Metro de Santiago. Su trabajo hoy en el tren subterráneo capitalino es muy distinto a sus tiempos en el metro de Maracaibo, donde todos iban a trabajar, pero, según cuenta, la situación de crisis que vivía el país lo hacía imposible: varios días a la semana se cortaba la luz o incluso no había agua.

María Alejandra recuerda que de los cinco trenes que rodaron alguna vez en la ciudad, hoy solo quedan dos. Pero el problema es que había oportunidades en que simplemente no funcionaban. “Era difícil mantenerse así. ¡Tenía que hacer algo! Todo funcionaba mal”, relata esta joven de 27 años, quien actualmente se desempeña en el área de inspección de la gerencia de mantenimiento en el Metro de Santiago.

La situación de la estatal chilena parece opuesta a la de su tierra caribeña. O así al menos lo ve ella. Se encuentra en una fuerte etapa de expansión: tiene proyectadas cuatro nuevas líneas que serían inauguradas en 2026.

Con María Alejandra suman 96 los venezolanos en diversas ocupaciones dentro de la empresa. Representan el 78% del total de extranjeros que hay en la compañía, los que llegan a 123, de distintas nacionalidades. El grupo es pequeño -la estatal tiene 4.411 funcionarios-, pero “su personalidad y alegría”, dicen, es su sello.

Hoy no es extraño el caso de un nativo de ese país en cualquier rubro. Según el Departamento de Extranjería del gobierno, la población venezolana alcanza las 134.390 personas, muchas de las cuales salieron buscando opciones laborales ante el crítico escenario en la nación bolivariana.

Andreína Rengel (34) llegó hace cinco años a Chile y fue la primera caraqueña que aterrizó en la empresa. Trabaja en la gerencia de personas. Al igual que su compañera, la situación de su país la llevó a emigrar. Dice que allá tenía temor: “El panorama no pintaba como positivo. Sufrí cinco asaltos”, comenta. Tras esas malas experiencias, se vino a Chile y postuló a distintos puestos de trabajo hasta que fue seleccionada en el Metro. Con los años, se casó con un chileno.

Andreína no ha regresado a su país y cree que no lo hará. La situación política y económica la hace dudar. Pero también tiene otras razones, sus amigas cercanas también se fueron: algunas están en Rusia, otras en Noruega o Estados Unidos. “Una de las cosas que más extraño es verlas, conversar sobre el pasado. Pero para todas es complicado volver”, relata.

La adaptación de cualquier migrante de tierras más cálidas resulta complicada en Chile. Son más desconfiados y, a primera vista, más fríos, dicen los venezolanos. Sin embargo, admiten que en el ámbito laboral resulta simple integrarse. En el caso del Metro, el personal que ha llegado de ese país es calificado. Hay 33 profesionales, 27 técnicos y administrativos, 13 funcionarios técnicos y de mantenimiento, 10 conductores, seis personas como personal operativo, cuatro supervisores y tres agentes de líneas.

Muchos venezolanos refugiados ya trabajan en las oficinas del Metro de Chile

Fuente: latercera.com
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