Ni siquiera la noticia sobre la muerte de José Manuel Morgado, de 48 años, señalado como el autor del cuádruple infanticidio y abatido por una comisión del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) en una vivienda del sector La Quebradita, ubicado entre San Casimiro y Cúa, logra calmar la furia de sus vecinos.
Relatos de “arrechera”. No cabía un alma en la subida del barrio Bruzual, justo frente a la funeraria donde velaban a los niñitos. Todo era consternación, lágrimas y gritos desgarradores, que se incrementaron cuando de las dos carrozas fúnebres bajaron las cuatro urnitas blancas. Una muchacha se lleva al pecho unas alas confeccionadas con cartón y tela blanca para “acomodar a los angelitos”, como llaman a los pequeños difuntos.
Entre la multitud está Lisbeth Marisol Maita Gómez, madre de Humberto José Ruiz Maita, de 9 años, estudiante de tercer grado en la escuela Dr Guillermo Delgado Palacios, el mayor de sus tres hijos.
La joven trabaja como operaria en Supra Caracas y está recién parida. Como puede, saca fuerzas para recordar que vio a su primogénito por última vez el pasado viernes, a las 10:30 am, cuando salió para dejar a la niña de 17 días de nacida con su abuela mientras ella realizaba diligencias referidas al reposo post parto. Como “premonición” relata que ese día Humberto José le pidió la bendición dos veces (una en la casa y otra en la calle) y le solicitó permiso para irse a jugar con los hermanitos Conde Graterol.
La joven madre regresó al mediodía y se extrañó porque no vino a comer, pues “él era muy comelón”.
Encuentro con el asesino. Con el paso de las horas crecía la preocupación, pues la madre de los Conde tampoco los encontró tras regresar de llevarle comida a su pareja, quien está detenido en una comisaría de Coche. Roxana, la niña de 10 años, tenía llaves de la casa y no acostumbraban estar en la calle llegada la noche. La zona es oscura, algunas casas no tienen luz y cuesta andar por las empinadas escaleras sobre caminos de tierra. Creyeron que podían estar en un culto evangélico, dado que a Humberto le gustaban sus cánticos. Tampoco los hallaron allí.
A las 6 pm reforzaron la búsqueda por todos los rincones del barrio y sectores cercanos. Se unían más y más vecinos. Llamaban a los niños por sus nombres. Nada que aparecían. Nadie los había visto. A esa hora José Morgado, el “buena gente” como creían sus vecinos, le pasó por un lado a Lisbeth. El tipo iba como si nada. Sin prisa ni levantar la más mínima sospecha. En ese momento iba a tomar el tren para finalmente “enconcharse” en San Casimiro, donde tiene parientes.
Algo andaba mal. Había oscurecido. Humberto no llegó para ver “El Chavo”. Intensificaron la búsqueda escaleras arriba. A eso las 8 pm, un mal presagio se apodera de Wilfredo Durán, padrastro de Humberto José. Al hombre le extrañó que aquel rancho de Morgado estuviera cerrado en medio de tanto bullicio. “Era como un pálpito que tenía”, indica Lisbeth. Llamaron y como no obtuvieron respuesta derribaron la puerta.
Hallazgo macabro. A tientas, alumbrados con linternas y celulares, los moradores de La Acerita ingresaron al rancho de tabla de Morgado y divisaron en tres sitios diferentes los cadáveres. Se apreciaba que tenían profundas heridas en la cabeza y cuello, propinadas con un “hacha de carnicero” y no con un martillo como se informó en minuta policial. Todos estaban golpeados, con la excepción del niño de 1 añito, quien murió por asfixia, según creen.
La menor de 10 años yacía en una cama desnuda (horas más tarde la autopsia confirmaría que fue abusada). Y la otra pequeña de cuatro años estaba encima de Humberto debajo de una cama. Los vecinos los sacaron y trataron de reanimarlos, pero no había nada qué hacer.
“Estaban pálidos y fríos. Había mucha sangre. Humberto tenía el cráneo partido”, atina a decir Lisbeth mientras su humanidad desfallece. Llora, casi a punto de desmayarse es auxiliada por sus compañeras de Supra Caracas, quienes la sientan en la acera.
Se recupera. Quiere culminar su relato. Recuerda que enseguida escuchó bulla. En principio pensó que los habían hallado. La calma se esfumó rápido. Su instinto de madre le decía que aquellos no eran alaridos de alegría. Una vez enterada del hallazgo, ella gritaba desesperada, aún sin poder creer con cuánta saña habían matado a un niño tan inocente como Humberto.
Los moradores llamaron al Ven 911. A las 10 pm llegó la policía. Apenas se llevaron los cuerpos sin vida, los vecinos quemaron el rancho de Morgado, quien tenía más de tres viviendo en la zona, tiempo durante el cual se había procurado el aprecio de todos “haciendo mandados, cargando bombonas, de eso vivía”, recuerda Lisbeth. Además se ganaba la estima de los niños compartiendo juegos y ofreciéndoles pan y chucherías. Presumen que fue así como los invitó a pasar a su casa durante aquella tarde fatal.
Le viene de familia. Tras el horrendo crimen de los cuatro niños, los vecinos se dedicaron a indagar. “No sabíamos que tenía un prontuario tan macabro”, dice la tía de Lisbeth. Refieren que Morgado y un allegado están implicados en la muerte de tres personas en San Casimiro, quienes eran sus parientes “y los quemaron vivos en la casa”. Deducen que por eso se vino huyendo de esa zona y lamentan haber confiado en un tipo que se les presentó como un manso hombre.
“Lo que le hicieron los policías a ese desgraciado es poco”, señala Wilfredo Durán tras comprobar que efectivamente es José Manuel Morgado el hombre cuyo cuerpo ensangrentado aparece en una gráfica difundida por los cuerpos policiales.
Fuente: 2001.com.ve
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