Como de costumbre el lobo siempre termina por hacerlo a la entrada o a la salida, no hay manera de domesticarlo y menos de querer hacer de él un animal noble. Imposible para algunas de las bestias que le han acompañado durante este largo periodo oscuro y lluvioso, logren vivir en su presencia. Es su naturaleza, como el alacrán, siempre terminaran dando la picada por más inocente que se nos parezca.
Por eso hoy entre el terror y la rabia de sentirse acorralados, víctimas emiten voces de auxilios enojosos, de quererlos enfrentar así seas con las garras, con los dientes, con los pies; se va desarrollando en los seres humanos la capacidad de poder sobrevivir peleando, de salvar la vida señalando, acusando lo que bien no está, aquello que fue su principio y su fin por sí solo.
Porque desde que comenzó con el tronar del viento, tristemente termina de la misma manera, se prenden las velas, la danza de lluvia, se invoca la oscuridad, más es imposible que el ente sin forma corpórea, solo dientes, garras y el de pelo hirsuto, de movimientos rápidos y pensantes siga su camino, por donde deja la huella aún caliente de su peso. Peso que ya cuesta llevar hasta para el mismo, se devoró una cantidad inmensa de gente, su magro cuerpo tomo una forma desquiciada que no le permite volver a sus comienzos, sin que esto signifique su muerte, varios de sus acompañantes ciegos de pensamientos, sin brújula en conducción, tan parecido a los circulares puntos del infierno, que no conducen a ninguna parte, que no sea el convencimiento propio de introducirse por sí solo a la lava ardiente.
Sabiendo lo que les espera, pues, se repetirá a razón de que exista la humanidad, estos hechos vuelven una y otra vez. El dolor se hace patente en los pensamientos de algunos seres, es como el mal necesario que conduce a muchas fieras a llenar el espacio que jamás supieron que existía, y al hacer el mal sienten ese sabor dulzón en sus libidinosos cuerpos.
Se gozan entre las sangres y lo pedazos de carnes servidos en la mesa de sus actuaciones. Aunque en algunos momentos muestra a sus víctimas incomprendidas, que deben entregarse de nuevo a la confianza, a la que inexplicablemente ellas se entregan, como el sadomasoquista que necesita del sufrimiento para poder abandonarse en sus placeres.
No es para los observadores un acto sorprendente, ver en las frías noches de cómo se goza la víctima y el victimario y en su disfrute parasitario donde uno lacera la piel, el pensamiento y el otro lo disfruta. Cuando en los inicios del mundo, en los primeros indicios del hombre, junto a los demás animales pequeños y gigantes, buscaba refugio en lugares altos para evitar el quemar de su piel, sea por el hielo o por el fuego, y otros que no sabían qué hacer, si subir a los lugares altos o dejarse alcanzar irremediablemente, por la corriente helada o el angustioso y quemante fuego o del hielo.
Sin embargo, siempre existió en los seres que sin importar su naturaleza, esa oportunidad de apartarse del mal. En estos tiempos de pensamientos de fuego y de heladas actuaciones, deben escoger a cuál de los dos.
Aun que, aún hay un camino, subir a la montaña más alta donde se encuentra el pensamiento y la sabiduría, que conducen a la salvación de todas las especies, sin diferencia entre ellos, que no sean sus inmodificables formas, pero un solo hilo que los ata, “el amor por cada uno de ellos”, ese es el verdadero hilo indestructible que nos sostiene a todos en la cumbre del pensamiento, el que junta a todas las corrientes por el bien común, el que desea que todos los seres vivientes, unos arrepentidos de sus actos y otros uncidos en la gracia, esa que no ve ninguna diferencia entre humanos y bestias, nos hará salvos.
Tantos años han pasado que en algún momento el círculo del vicio se hubiera cerrado por sí solo, más sin embargo el combustible necesario para su permanencia lo agregaba el de dientes afilados y de pelo hirsuto, ese mismo que cambia de figura y cuerpo, pero jamás en sus actuaciones alevosas en contra de los diferentes pensamientos y figuras.
Aquel que un día estaba mostrando sus agudos dientes y al otra lamia las crines de sus superiores, adulante, como el que para poder alcanzar la cúspide sabe que debe tender la mano al inocente, para luego dejarlo caer en el momento de más confianza y seguir su camino, sin mirar atrás los cuerpos de los caídos.
Creo que con esto que ha pasado sepan los furiosos inocentes, cuál es la verdadera ruta, el que desea preserva su vida o el que irremediablemente va conducido a la muerte. Están las puertas abiertas para sumar y restar los espacios vacíos, sin que en esto signifique la eliminación de las diferencias entre los seres.
La única razón que nos mueve es la supervivencia de la mayoría, que no tiene garras que no tienen dientes. Se espera que lo podamos comprender, las actuaciones vendrán en la medida que nos demos cuenta cuando se va hacia progreso o cuando se va a la destrucción. Muchas gracias por su atención.
Fuente: Daniel Verastegui
Fuente: Daniel Verastegui
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